En la tarde del viernes 15 de noviembre, el Seminario de Toledo recibía la visita del padre Jacques Philippe para impartir la conferencia ‘La paternidad espiritual del sacerdote’. Jacques Philippe nació en 1947 y fue ordenado sacerdote en 1985. Se licenció en Matemáticas, ejerció durante varios años como profesor y se dedicó durante un tiempo a la investigación científica. En 1976 se une a la recién formada Comunidad de las Bienaventuranzas en Francia, en la que más tarde asumirá las responsabilidades de director espiritual de sacerdotes y seminaristas de la misma. Predica ejercicios espirituales no solo en Francia, sino también en el extranjero y es un autor de espiritualidad conocido mundialmente por obras como: La libertad interior, Tiempo para Dios, En la Escuela del Espíritu Santo, Llamados a la vida o La Paz interior.
En la capilla mayor, Jacques Philippe dijo a los seminaristas que “para que podamos ser padres, primero tenemos que ser hijos: esta es la primera condición. Si los llamados quieren ser verdaderos padres, la primera condición es la vida filial de oración”. Recalcó la importancia y necesidad incondicional de la oración en la paternidad espiritual.
Les remitió a las palabras de San Juan Pablo II en la carta dirigida a los sacerdotes el Jueves Santo de 1979: ‘La oración es, en cierta manera, la primera y última condición de la conversión, del progreso Espiritual y de la santidad. Tal vez en los últimos años, por lo menos en determinados ambientes se ha discutido demasiado sobre el sacerdocio, sobre la “identidad” del sacerdote, sobre el valor de su presencia en el mundo contemporáneo, etc., y, por el contrario, se ha orado demasiado poco. No ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico, para confirmar la identidad sacerdotal. Es la oración la que señala el estilo esencial del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura. La oración nos ayuda a encontrar siempre la luz que nos ha conducido desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que sin cesar nos dirige, aunque alguna vez dé la impresión de perderse en la oscuridad. La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, que es indispensable si queremos conducir a los demás a Él. La oración nos ayuda a crecer, a esperar y amar, incluso cuando nos lo dificulta nuestra debilidad humana’.
A los sacerdotes les recordó que “en el ministerio que se nos ha confiado, somos llamados a ser educadores de la oración para llevar a nuestros hermanos a ella. ‘Señor enséñanos a orar’, decían los discípulos a Jesús. Es una sed hermosísima. Entrar realmente en la verdadera oración es relación filial con el Padre, encuentro con Jesús, apertura al Espíritu Santo. Mucha gente quiere hacerlo, tiene ese deseo. Forma parte de nuestra responsabilidad también despertar ese deseo y ayudar a esas personas a alcanzarlo. Es el mayor regalo que se le puede hacer a alguien, el deseo de una relación personal con Dios. Así habremos dado todo a esa persona, pues conoce a Dios. Gracias a ese contacto con Dios se puede dejar conducir por el Espíritu Santo. Lo que es cierto es que la gracia de la fidelidad a la oración es tenerlo todo. No se puede hacer regalo más grande. Para ello tenemos que vivirlo nosotros personalmente primero”.
Puso de manifiesto la importancia de los llamados a “ser escuela de oración. No hay que limitarse solo a eso, pero primero toda comunidad cristiana (parroquia, seminario, familia, grupo, etc.) debe de ser escuela de oración. En la creación tras el Concilio de Trento de los seminarios, para los precursores está muy claro que han de ser escuelas de oración, además de escuelas de teología”.
Recalcó la importancia de la FE pues “la oración es un acto de fe, sencillo pero fundamental. Cuando me pongo a rezar estoy haciendo un acto de fe, pues creo que le tengo que dedicar tiempo a Dios. Es un acto sencillo pero esencial, pues es el que me pone en contacto con el misterio de Dios. La sensibilidad, inteligencia… intervienen en la oración. Sentimos a veces alegría profunda y eso nos abre a Dios. También hay momentos de aridez, de estar totalmente seco en lo espiritual. Podría pensar entonces: <<estoy rezando mal>>. No es la intensidad la que vale, lo que nos pone en contacto con Dios es la actitud de fe, incluso en la mayor sequedad y distracción. Dios actúa en mi en este acto de fe”.
De la misma manera afirmó en cuanto a la ESPERANZA que “La oración es buena cuando es un acto de esperanza. Espero algo de Dios, me apoyo en Dios, cuento con Él. Espero en su amor y en su misericordia. Es importante este acto de esperanza porque la oración es una realidad viva. Saboreamos una felicidad que ninguna realidad del mundo puede darnos. A veces el corazón desborda. Pero esto no se da todos los días. Es normal que haya pobreza también. No existe técnica que haga que una oración funcione siempre bien. Hay consejos y técnicas que no son eficaces cien por cien. Somos dependientes de Dios. Me colma cuando no lo he merecido a veces. Dependientes de su gracia. No hay una técnica que vaya a funcionar siempre”.
Por último resaltó también la importancia de la virtud del AMOR en la oración, esencial para que ésta sea verdadera. “Ese deseo de amar a Dios es esencial para una verdadera oración. Esencial para el amor es la fidelidad y por tanto, una de las dimensiones esenciales de la oración es la fidelidad, día tras día”. En cuanto a este amor quiso destacar que “en la relación entre el hombre y Dios, es Dios quien nos ha amado primero. Lo dice San Pablo en sus epístolas. En la oración uno se da a Dios, pero lo que es más importante todavía es acoger el amor de Dios que me es dado generosa y gratuitamente. La actitud más profunda de la oración es la acogida, la receptividad, la confianza. No dudar nunca de su amor”.
El padre Philippe contó a los asistentes que Santa Teresita de Lisieux se quedaba con frecuencia dormida en la oración y decía ella: ‘debería desolarme de quedarme dormida en la oración pero no lo hago porque digo lo siguiente: los padres quieren igual a los hijos cuando están dormidos que cuando están despiertos’. Con ello quiso incidir en que “Dios no deja nunca de amarnos. Lo más importante en la oración no es lo que hacemos nosotros, sino lo que hace Dios. No tenemos que preocuparnos, Dios ve nuestra buena voluntad y no deja de darnos su amor. No olvidemos que lo más importante no soy yo, es Dios”.
El acto finalizó con una breve oración y a su término, el padre Jacques Philippe conversó con los seminaristas, muchos de los cuales llevaban consigo libros escritos por el religioso, que accedió gustoso a dedicarles personalmente estampando su firma.