No hay luz sin oscuridad, ni día sin su noche, ni alba sin ocaso.

No hay forja sin su horno, ni fuego sin madera, ni gloria sin pasión.

No hay batalla sin enemigo, ni vencedor sin vencido, ni victoria sin combate.

Y pude ser vencedor perdiendo el combate, pero fui vencido y encontré la victoria,

y encontré ese chispazo que me hizo arder, y encontré ese rayo que me trajo el alba,

y se pasó… y nadie me avisó que iba a suceder.

¿Dónde buscar ahora el valor de seguir hacia delante?

¿Dónde la fuerza de remar contracorriente?

Ese valor que se esfumó como el humo del incienso,

esa fuerza que se escapó como arena entre mis manos.

Y así me quedé, a la espera de un milagro.

Pero vuelves a aparecer, dándome el portazo más profundo que me dieron nunca,

dándome ese aire tan necesario para respirar,

dándome la esperanza que tan desesperadamente busqué.

Porque, en mi debilidad te has hecho fuerte,

y me muestras el valor en tu corona, la fuerza de tu costado.

Porque me has hecho romper todas mis sandalias,

porque a tu divino Corazón se entra descalzo.

Porque descalzo y sin cayado, en el desierto o en la montaña,

En el aire o en el mar, te seguiré.

Tras tus huellas caminaré sin amores traicioneros y sin traiciones de amor,

Porque ya no me queda nada…

Nada más que fiarme de ti, de tus pequeños y seguros pasos en el camino de zarzas,

de tus rodeos al borde del abismo, de tu amor y confianza puesta en mi…

por haber dejado grabada la marca que el amor siempre recuerda, te seguiré.

Por agarrarme cuando me quería soltar,

y soltarme cuando solo me quería dejar agarrar,

por tensar la cuerda hasta estallar como el frasco de Betania

sobre tus pies que dejan huellas de buen olor,

esas huellas que descalzo seguiré.