El pasado domingo, veinticinco de abril, ha tenido un tono especialmente sacerdotal. En primer lugar se ha debido a que el cuarto domingo de Pascua es el domingo del Buen Pastor, uno de los títulos más entrañables de Jesucristo, que es para todos pastor cariñoso y providente. Además, para los seminaristas, se nos presenta especialmente como perfecto modelo de sacerdote.

En relación con ello pudimos vivir un momento de gran alegría tanto para los seminaristas como para toda la diócesis: el Rito de Admisión a las Sagradas Órdenes. Con gran gozo hemos atendido a cómo la Iglesia ha admitido a dieciséis seminaristas para la recepción de las Sagradas Órdenes. El acto tuvo lugar en la celebración de la Santa Misa este mismo domingo del Buen Pastor en la Catedral. Como dijo nuestro obispo don Francisco, este es motivo de gran gozo para toda la diócesis, y también de agradecimiento a Dios por concedernos vocaciones.

En su homilía, don Francisco extrajo del Evangelio tres características clave que ha de tener un sacerdote que de verdad quiere imitar a Cristo Buen Pastor. La primera es no ser un asalariado, es decir, alguien a quien no le importan las ovejas, sino gastarse y desgastarse por ellas. La segunda es ser pastores de puertas abiertas, corazones abiertos que comuniquen la vida de Cristo, nuestro mayor tesoro. Y la tercera y última, la que propiamente caracterizaría al “Buen Pastor”: compartir los sentimientos del Corazón de Cristo, ilimitadamente bueno.

Así, don Francisco manifestó que la belleza de la vida está en entregarla. Esa es la clave del pastoreo de Cristo, y así animó a estos dieciséis jóvenes a que prepararan desde ya su futuro ministerio. Esta entrega también es un enorme incentivo para el resto de seminaristas y para los sacerdotes, y también para todo el pueblo en acción de gracias a Dios y pidiéndole más y santas vocaciones.