Me llamo Luis María Fernández y tengo dieciocho años. Este año, después de acabar el bachillerato, he ingresado en el Seminario mayor de Toledo para iniciar el curso Propedéutico. Aunque es el primero en este camino de la formación sacerdotal, puedo decir muy felizmente que ya emprendí esta andadura del seguimiento del Señor a la edad de doce años, entrando en el seminario menor.
En todos estos años vas atendiendo a cómo Jesús te va acompañando en un camino en el que cada día puedes conocerle un poco más y sobre todo aprendes a quererle e intentar ser uno con Él. Además, el Señor te va llevando con gran sabiduría a través de la gradualidad del recorrido en el seminario. Lo que en la niñez empieza siendo una respuesta afirmativa a una mayor amistad con Él, en la adolescencia se va formando con una serie de renuncias hasta que pasados los años decides ofrecerle tu propia vida en el sacerdocio. Echando humildemente una mirada al mundo, te sientes muy agradecido por esta llamada tan especial en medio de tanto desconcierto y pérdida del sentido de las cosas; te das cuenta con tristeza de que cada vez es más difícil que el Señor encuentre corazones generosos, abiertos, disponibles. Y es que puede resultar verdaderamente complicado escuchar su voz en los ambientes que hoy en día ofrece el mundo. Ya parecen lejanas las generaciones en las que el número de seminaristas superaba la centena. Y no es que el número fuera importante, sino que reflejaba una implicación muy sana y trascendente de los jóvenes con Cristo, que se presentaban ante Él con verdadera intención de agradarle siguiendo su voluntad. La juventud de hoy, incluso católica, parece haber cogido miedo a plantearse abiertamente, sin complejos, la realidad vocacional en sus vidas, la posible llamada del Señor a sus puertas.
En medio de esta situación, ha sido una auténtica alegría ingresar este año en el Seminario mayor junto a otros doce compañeros de curso. Es como una bendición del Señor que demuestra que sigue cuidando su rebaño llamando nuevos pastores. Yo lo he entendido como una llamada de atención, como si Jesús nos recordara que en ningún momento ha dejado de preocuparse por su mies. Y aquí estamos nosotros, trece chicos, unos mayores que otros, pero todos llenos de ilusión y ganas de decir sí a Cristo: si es este el camino por el que nos quiere santos, como sus sacerdotes, adelante.
Ojalá nuestro testimonio, el de todos los seminaristas, sirva de ejemplo y motivación a muchos otros jóvenes a no tener miedo de ofrecer la vida al Señor por el camino que Él quiere, no tener miedo a ser feliz.
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