Oración Inicial
Glorioso San José, modelo de todos aquellos que se dedican al trabajo, obtenedme la gracia de trabajar con espíritu de penitencia para la expiación de mis pecados; de trabajar en conciencia, poniendo el culto del deber por encima de mis inclinaciones; de trabajar con reconocimiento y alegría, considerando un honor el emplear y desarrollar por el trabajo los dones recibidos de Dios; de trabajar con orden, paz, moderación y paciencia, sin retroceder jamás ante la pereza y las dificultades; de trabajar sobre todo con pureza de intención y desprendimiento de mí mismo, teniendo sin cesar ante mis ojos la muerte y la cuenta que deberé rendir del tiempo perdido, de los talentos inutilizados, del bien omitido y de las vanas complacencias en el éxito, tan funestas para la obra de Dios. Todo por Jesús, todo por María, todo a imitación vuestra ¡oh Patriarca San José! Tal será mi divisa en la vida y en la muerte. Así sea.
(San Pío X)
Lectura Bíblica
“El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo»”. (Mt 2, 13-15)
Meditación
Custodio del Redentor, así llamó Juan Pablo II a san José en la hermosa carta apostólica que le dedicó. Hay una bella tradición, que desde el siglo XVI contempla los siete dolores y gozos de san José en su camino como protector de Jesucristo, que van contraponiendo los aspectos agridulces que aparecen en los diversos misterios de su infancia: el anuncio, su nacimiento en pobreza, la circuncisión e imposición del Nombre de Jesús, la presentación, la huida a Egipto, la vida de Nazaret y la pérdida y el hallazgo en el Templo. Todos ellos contienen un elemento de dicha y en todos ellos se vislumbra que Jesús es el Redentor, llamado a salvar a los hombres en la Cruz.
“Dar vida a alguien es el más grande de todos los regalos. Salvarle la vida es el siguiente. ¿Quién dio vida a Jesús? Fue María. ¿Quién salvó su vida? Fue José. Pregunta a san Pablo quién le persiguió; pregunta a san Pedro quién le negó; pregunta a todos los santos quién le llevó a la muerte. Pero si preguntamos ‘¿quién salvó su vida?’, callad patriarcas, profetas, apóstoles, confesores y mártires. Dejemos a san José hablar, porque él y solo él es el salvador del mismo Salvador” (Beato Chaminade)
Los corazones de Jesús, María y José son una sola cosa. Como lo es su misión. Jesucristo es el Salvador del Mundo, pero ha querido que su madre y su padre tengan una participación única en la obra de la redención. De la sacrificial paternidad de san José aprendemos que está dispuesto a seguir ejerciéndola sobre los que nos encomendamos a su protección. En nuestros calvarios, san José nos ofrece su consuelo, y la fuerza para abrazar por amor todas nuestras cruces. Cuentan las crónicas que los sacerdotes polacos que fueron prisioneros en el campo de concentración nazi de Dachau, encomendaron a san José su cuidado y liberación. Lo hicieron por primera vez el 8 de diciembre e 1940, pero renovaron ese acto común de consagración frecuentemente. Muchos sobrevivieron hasta la liberación en 1945 y atribuyeron a san José su salvación, organizando una peregrinación colectiva al santuario de San José en Kalisz (Polonia) que se ha seguido realizando año tras año. En 1995 todavía vivían 37 de aquellos sacerdotes, y aunque hoy ya no vive ninguno, su historia está en el museo del santuario.
La protección de san José se extiende desde las circunstancias extraordinarias hasta las más ordinarias. Le llamamos “modelo de la vida doméstica”, y nos gozamos en contemplar sus días en el taller de Nazaret. “Con san José, los cristianos aprenden lo que significa pertenecer a Dios y asumir plenamente el propio lugar entre los hombres, santificando el mundo. Ve a conocer a José y encontrarás a Jesús. Habla a José y encontrarás a María, que siempre derrama paz en el atrayente taller de Nazaret” (S. José María Escrivá)
Letanías de San José y Oración Final
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David, ruega por nosotros.
Luz de los Patriarcas, ruega por nosotros.
Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros.
Casto guardián de la Virgen, ruega por nosotros.
Padre nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros.
Celoso defensor de Cristo, ruega por nosotros.
Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.
José, justísimo, ruega por nosotros.
José, castísimo, ruega por nosotros.
José, prudentísimo, ruega por nosotros.
José, valentísimo, ruega por nosotros.
José, fidelísimo, ruega por nosotros.
Espejo de paciencia, ruega por nosotros.
Amante de la pobreza, ruega por nosotros.
Modelo de trabajadores, ruega por nosotros.
Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros.
Custodio de Vírgenes, ruega por nosotros.
Sostén de las familias, ruega por nosotros.
Consuelo de los desgraciados, ruega por nosotros.
Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros.
Patrón de los moribundos, ruega por nosotros.
Terror de los demonios, ruega por nosotros.
Protector de la Santa Iglesia, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén