Quería guiar mi vida por el camino que ya había imaginado, todo mi actuar estaba orientado a esta idea que había formado en mi cabeza, mi idea de la felicidad. Hasta que el Señor se puso muy serio.

Cuando ya comenzaba a volar se paró frente a mí y me detuvo; a punto estuvo de dejarme escapar. Me quedé sin aliento ante su presencia, yo deseaba seguir, mas no podía ignorar su mirada de amor. Tal era la fuerza de sus ojos, que no podía vislumbrar siquiera cuánto mayor sería la de su voz. Sin decir nada, lo había cambiado todo. Sentía el vértigo propio de quien, sin ver el fondo, se dispone a saltar de un precipicio confiando en que, al finalizar su caída, el mar continúe ahí. Había que tomar una decisión, y el que no arriesga…

La agitación del salto se ve de pronto interrumpida por la calma del sumergimiento. Salvando las distancias, así podría describir aquella Santa Misa. Él me miraba y me habló. Realmente me habló. Jamás había escuchado, ni creo volveré a escuchar, unas palabras como aquellas de Corazón a corazón. No daba crédito, el Señor me pidió permiso para llevarme a su intimidad y me animaba, a la par que me fortalecía, para que superase el miedo. Aquél día acalló las voces de mi corazón para que percibiese su dulce susurro, la feliz llamada de la vocación. Así comenzó todo. 

La nueva etapa se abría como un abanico de sorpresas, plagado de maravillas pero también de dificultades. El Señor me trataba con suavidad y también me hacía gustar la amargura de la cruz. El enemigo supo aprovecharse de la situación y sembraba en mí la indecisión, el planteamiento de “frenar” antes de que fuera demasiado tarde. En este combate, no cesaba de repetir: “Estoy aquí por Ti”, queriendo fortalecerme recordando el motivo de mi decisión, recordando su voz. 

Y si profundo fue el primer encuentro, el que realizó entonces, indescriptible. Pues quiso que entendiera el significado de esa llamada: no solo debía cambiar el rumbo hacia donde Él me pedía, sino que, sobre todo, debía cambiar yo. Mi vocación no consiste en hacer, sino en ser; en ser como Él. Mi alma en la soledad contempló ahora a Cristo crucificado, mostrando su Corazón a través del costado abierto, que me repetía con amor lo que tantas veces le había dicho yo:

“Estoy aquí por ti”. 

By wsmayor

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies